Religiosidad
Actualmente, una inmensa cantidad de miembros de la Humanidad físicamente encarnados tienden a sentir vergüenza para asumir y expresar cualquier sentimiento religioso, por tímido que sea. Entre tanto, esas mismas personas, en situaciones puntuales en las que un interés concreto e inmediato prevalezca a cualquier otra conveniencia, recaen frecuentemente en la “creencia popular” (como ellas mismas la suelen llamar) y buscan ayuda en cualquiera de las iglesias ortodoxas, o en sectas marginales o en brujos y videntes.
Cualquiera de las situaciones descritas es en sí misma indeseable; no obstante, puede ser comprendida y explicada a la luz de la observación de algunas de las características determinantes de esta civilización agonizante:
a) Por un lado, el extremado materialismo que se ha generado en los últimos siglos (curiosamente y en parte impulsado, en su origen, por la necesidad de emancipación de las redes de oscurantismo y manipulación impuestas por las Iglesias) y el consecuente utilitarismo que sobrevino, al proporcionar a la mayoría de la población un interminable desfile de avances y conquistas en el terreno tecnológico.
Ocurre que, en términos individuales y en la práctica, la mayoría de los hombres no ha contribuido en tales avances. Y éstos son, por esa misma razón, en cierto modo incompatibles con el nivel intelectual y ético del tipo humano mayoritario, realmente desposeído de la madurez psicológica necesaria para su correcto uso.
Así, el aumento del poder de compra y el creciente acceso a una vasta gama de bienes materiales y de facilidades (aunque el bien y la facilidad sean, tan a menudo, ilusorios y pasajeros) han suscitado en el hombre llamado civilizado un falso y desfasado sentido de poder, de importancia y de orgullo. Tal perspectiva, asentada en su misma condición de inmadurez se le presenta ahora inconciliable e incompatible con el sentimiento religioso, tendiendo a considerarlo infantil, supersticioso, infundado y característico de personas débiles e ignorantes.
b) Por otro lado, el peso incontestable y alienante que han tenido en el mundo (a lo largo de muchos siglos) determinadas congregaciones religiosas (particularmente la Iglesia Romana) ha representado un factor de castración y/o de distorsión de las luces internas, de los signos de Divinidad que cada ser humano transporta dentro de sí mismo. Ha vaciado y secado la mayor parte de los gérmenes de creatividad, se opuso brutalmente a casi todos los mejores vuelos del pensamiento humano y obstaculizó ferozmente todo progreso natural y equilibrado, todo acceso libre a la verdadera cultura y, en particular, a la verdadera vivencia religiosa. Por otro lado, además fueron dolosamente destruidos y desviados muchos de los más importantes anales histórico-religiosos (verdaderos tesoros de conocimiento y sabiduría), que constituían patrimonio legítimo de toda la Humanidad y que fueron inmolados en las llamas incontrolables del fanatismo oscurantista. En ellos estaba contenido el producto de la labor e generaciones y generaciones de incansables investigadores de la Sabiduría y la Verdad, lo cual, en cierto sentido, se echó así a perder.
Entre tanto y de hecho, no ha habido en el pasado ningún gran pensador, ningún gran investigador, ningún personaje prominente de la ciencia , de la filosofía , de la cultura que no tuviese bien vívido y patente en sí mismo el impulso propiamente religioso de la contemplación, interpretación e identificación con la armonía universal.
Grande y digno es el hombre que escruta el Océano de la Naturaleza y en él encuentra las verdaderas perlas de la Divina Sabiduría. Ese vasto Océano es la propia Divinidad manifestada, en los innumerables Planos o Niveles en los que se expresa.
Por eso, hoy como antes, no hay hombre sabio (incluyendo a los más notables exponentes de la Ciencia) que no sea íntimamente religioso, aunque no tenga (o incluso rechace) ningún vínculo con las diversas religiones, escuelas filosóficas o sistemas espiritualistas.
Comentarios recientes
Liberación 2