Buscando al gato… – (Sobre el Vacío y la Realidad)
La buena comprensión de las comparaciones – explícitas o implícitas – entre los conceptos de las llamadas ciencias experimentales y los de la sabiduría oculta (o ciencia del espíritu) depende de algunos de los principios generales de esta última quedar claramente definidos. Es ese objetivo que nos proponemos alcanzar en este artículo (rompiendo, de alguna manera, pero a título excepcional, la bilateralidad característica de esta Sección de "Biosofía" – cfr. el nº 3).
La buena comprensión de las comparaciones – explícitas o implícitas – entre los conceptos de las llamadas ciencias experimentales y los de la sabiduría oculta (o ciencia del espíritu) depende de algunos de los principios generales de esta última quedar claramente definidos. Es ese objetivo que nos proponemos alcanzar en este artículo (rompiendo, de alguna manera, pero a título excepcional, la bilateralidad característica de esta Sección de "Biosofía" – cfr. el nº 3).
Para tal efecto, comentaremos algunos pasajes de un sugestivo libro – tanto en el título como en el contenido: “Buscando al Gato de Schrödinger” [1]. Escrito en 1984 por John Gribbin, doctor en Astrofísica por la Universidad de Cambridge continúa a ser considerado plenamente actual en todos los aspectos fundamentales y a constituir una excelente presentación de los paradigmas y de los cuestionamientos de la Física Cuántica. Tales pasajes y comentarios permiten poner de relieve los diferentes juicios ontológicos, los diferentes conceptos de realidad, los diferentes campos y métodos de investigación de las ciencias “oficiales” y de la ciencia esotérica.
Resaltamos, sin embargo, que esa diferencia no es absoluta: la perspectiva esotérica no “desprecia” las metodologías y las áreas de investigación de las ciencias experimentales; simplemente, las considera limitadas, restringidas a un nivel epidérmico, y desconocedoras de todos los otros. Las perspectivas científicas comunes, mismo cuando juzgan haber accedido a las causas explicativas, no recorrieron más que una pequeña parte del camino, permaneciendo aun muy lejos de las verdaderas raíces de los fenómenos.
Esa incapacidad es difuminada por un nunca acabar de definiciones terminológicas (de significantes, no de significados), que da a quien en ellas se envuelve una confortable pero ilusoria sensación de seguridad y de conocimiento sólido – llegando al punto de cegar, de hacer creer que esa terminología son los propios conceptos o realidades y no meras cosas instrumentales. Peor todavía: haciendo suponer que su actual terminología es la “medida universal de todas las cosas” (y que son ignorantes los que recurren a otra terminología muchísimo más antigua – y, en rigor, tantas veces usurpada y mal comprendida por quien llegó más tarde, o sea, la ciencia pos Francis Bacon) y siendo incapaces de, en cualquier otra formulación, distinguir los accesorios términos formales (que interpretan a su manera) de los conceptos en ellos implícitos. Esa postura obstaculiza la necesaria apertura mental.
La verdad es que, a la hora de decir qué es esto o aquello, la ciencia experimental, a pesar de sus méritos (que siempre salvaguardamos), y después de disuelto el enmarañado terminológico, no sabe responder, limitándose a aludir a algunas de sus expresiones o de sus efectos (mismo que éstos sean causa – secundaria – de otros efectos todavía más próximos de nosotros) y a un círculo cerrado de redundancias. Es algo así como si preguntásemos qué es el Hombre y obtuvieramos como respuesta: “El Hombre es un conjunto de átomos que manifiesta humanidad, esto es, propiedades humanas, que son características que todos los hombres expresan”. ¿Parece qué estamos bromeando? Veanse las respuestas a las preguntas sobre realidades esenciales y comprobarán si son o no aproximadamente de este género. Por eso, sustentamos que los científicos de hoy no saben decir lo que es, realmente, “vida” o “espacio” mejor que los sabios griegos de hace 2.500 años [2] o los rishis hindúes [3] de tiempos aun mucho más arcaicos – a ese nivel esencial, de hecho, a aquellos les queda un larguísimo camino para alcanzar a éstos, aunque tengan reunido más datos experimentales del mundo físico.
Al contrario, la ciencia oculta sabe decir lo que las cosas son y explica la acción de las leyes regentes de modo mucho más profundo y abarcante. Sus adeptos, cuando esclarecidos, son incluso capaces de salir de su propia y multimilenar terminología, tan o más extensa y elaborada (y, seguramente más antigua) que la de las ciencias oficiales pero la saben mantener en el nivel (apenas) instrumental que le es propio. La única dificultad está al depararse con la falta de adaptabilidad de quien, contrariamente a esa postura, juzga que sus padrones y su terminología son un valor absoluto, y es incapaz de pensar o comprender fuera de esa prisión. Los que, en el campo de la ciencia, tienen otra maleabilidad y otra capacidad de abstracción, se abren a más amplias perspectivas (y permiten los grandes avances de la ciencia, por pensamiento abstracto e intuición, sólo más tarde objeto de confirmación experimental). Es por eso que, igual que otros muchos científicos sobresalientes, Einstein fue un lector asiduo de la “Doctrina Secreta” de H.P.Blavatsky. Puede ser incómodo para algunos que se diga esto – pero es verdad. Y ciertamente que ese hecho no se debió a la circunstancia de que esas dos grandes figuras fueran amantes, ¡¡¡cómo se llegó a afirmar!!! Para que conste: cuando H.P.B. falleció, ¡Einstein tenía 11 años!
Vamos, entonces, al libro anteriormente referido. En la página 137 de la edición portuguesa, se puede leer:
“(…) Todo se pasa como si el electrón estuviese rodeado por una nube de fotones “virtuales” que, con un pequeño toque (un poco de energía) del exterior, se escapan, haciéndose reales. En un átomo excitado, la transición del estado de mayor energía es hecha por un electrón que transmite ese exceso de energía a uno de sus fotones virtuales, que abandona inmediatamente el átomo, haciéndose real.”
En realidad, si no se admite que un fotón pueda tener una contraparte “anímica” (substrato de su naturaleza más aparente, que es la única detectada por la Física) en un mundo de existencia más interna pero concomitante con éste, sería absolutamente paradógico su surgimiento (¡a partir de la nada!, como juzga la ciencia académica). Las estratificaciones de la vida manifestada son innumerables, de la misma manera que existen plurigraduaciones en la densidad de la materia química.
La ciencia oficial se queda perpleja ante la duplicidad onda/corpúsculo de los quantum. Esa perplejidad deviene, naturalmente, de no considerar otros planos de percepción y de existencia de la substancia-energía universal [4], incluyendo los de extraordinaria sutileza y grande predominancia del polo espiritual sobre el polo material (estando los dos polos, no obstante, siempre presentes); de ignorar que la consciencia no es un simple producto de la forma y, sí, que es predominantemente lo contrario lo que es verdadero (todos los pequeños y grandes cosmos, incluyendo el ser humano, se producen de “encima para abajo”, de “dentro para fuera”, de lo íntimo para lo exterior, de los niveles potenciales para los de manifestación externa a los que, poco reflexivamente, se llaman “reales”); de no salir de una posición epistemológica de casi un realismo ingenuo [5].
Las “partículas virtuales” son totalmente reales para la percepción posible en un nivel vibratorio de la substancia más elevado de lo que los habitualmente considerados y admitidos por la ciencia oficial (en ese nivel, más causal, lo que ahí existe es comparativamente más real que lo que se manifiesta en el plano, inferior, de los meros efectos). Ese nivel – y todos los otros no ponderados por la ciencia oficial – no deja de intercomunicarse con los niveles de mayor materialidad, considerados (mal) como los únicos existentes o reales.
Es por eso que la energía referida se comporta como onda (o nube de homogeneidad) en los niveles más sutiles y, por lo menos, más próximos de la causalidad donde es comparativamente más libre y partícipe de una unidad radical a todas las formas de manifestación de este plano dicho “de objetividad” y, a veces, se asume como partícula cuando influenciada o “violentada” en su naturaleza esencial (o contraparte superior) [6] , al ser fijada, en su propia vibración, por un agente externo.
Esa fijación o atención dirigida actúa como compresión o contención de la expansión vibracional (o pulsación), lo que origina como una condensación y consecuente precipitación en un plano o escala de inferior frecuencia vibratoria. Degradándola momentáneamente – en cuanto dura nuestra observación interactiva –, la corporifica y particulariza. Mal nuestra atención se abstrae de ella, queda libre y retoma a su naturaleza más original de nube de homogeneidad.
La cuestión intrigante para la ciencia, de los denominados saltos cuánticos sólo puede ser entendida a la luz de estos arrebatamientos “intermitentes” (propios de la temporalidad de este plano de consciencia) por acción de nuestra fijación en la naturaleza esencial de esas “entidades”.
Estas consideraciones, que aquí muy sucintamente son dejadas, serán ampliamente desenvueltas en el próximo número de “Entre el Cielo y la Tierra”. Una cosa nos parece cierta: el modelo esotérico ciertamente no merece menos consideración que los modelos interpretativos/especulativos vigentes. Partir del presupuesto de que sólo en el seno de la “comunidad científica” ortodoxa pueden salir hipótesis de trabajo válidas, antes de haber oído y comprendido otras plataformas de entendimiento, es un mero prejuicio, una simple CREENCIA (que, en la llamada “ciencia” se supone no existe, ¡pero hay!).
En verdad, no son las partículas, no son los fotones que son virtuales; el actual conocimiento científico es el que es virtual y ficticio, en tantos aspectos, al no saber ponderar, al ignorar la mayor parte del Universo, con sus diversos planos de substancia. (La existencia de esta pluralidad de planos es un presupuesto fundamental del Esoterismo [7] – y nadie puede decir seriamente que acepta, admite o rechaza la hipótesis esotérica si ignora o no comprende ese presupuesto). Por mucho que ya haya progresado, la ciencia oficial es todavía un poco más que una promesa, que lentamente se aproximará de la grande ciencia universal, cuyas premisas, una a una, irá progresivamente reconociendo, aunque sea dándoles otro nombre. Además, entendemos que es esa la gran importancia del camino de la ciencia experimental: comprobar, “de abajo para encima”, de los niveles de mayor materialidad para los más sutiles, los grandes principios establecidos, de modo más global, por los grandes Sabios e Instructores de la ciencia espiritual.
En la página 141 del mismo libro, encontramos otra sugestiva afirmación:
“Según las mejores teorías de partículas, el vacío es un medio fértil en partículas virtuales, mismo cuando no hay partículas “reales” presentes. Y esto no es consecuencia de una manifestación fútil de las ecuaciones, pues la explicación de las colisiones entre partículas obliga a considerar estas fluctuaciones del vacío…”
Tomemos la definición del vacío contenida en cualquier diccionario: vacío, lugar donde no existe nada, ausencia de cualquier cosa. Ahora, ¿cómo puede ese vacío, ese nada, ser un medio – y un medio fértil en partículas (¡virtuales!) o en lo que quiera que sea?¿Cómo puede haber en él fluctuaciones? Es un contrasentido, que tiene su origen en la incapacidad de acceder efectivamente a ese presunto vacío – que, para la ciencia oculta, es mucho más importante y real que el mundo dicho real. Es ahí que todo se encuentra en su estado más radical, original y puro, como potencialidad perfecta que después se va a manifestar en el plano de la objetividad física (o mejor, en la objetividad de la parte del plano físico reconocida por los científicos). Al manifestarse, lo hace en el dominio de lo contingente y de lo circunstancial, pudiendo (o no) existir de éste o de aquel modo; su potencia se va degradando, justamente a medida que se aleja del modelo causal. Por eso, afirmamos que es exactamente al inverso del paradigma de la ortodoxia: es ese supuesto vacío, y lo que en él existe, que es más real.
La ciencia materialista parte del presupuesto de que sólo el mundo físico que (se) puede “ver” es real. Es así una especie de realismo-empirismo-físico ingenuo. Con eso, al reducir el concepto de realidad a su (in)capacidad de percepción, cae en un extraño objetivismo subjetivista – o sea, considera únicamente real lo que es objetivo para su subjetividad. ¿Cómo podemos restringir el Saber a una ciencia asentada en esas premisas, en la obstinación dogmática de no admitir otros niveles de substancia, de consciencia y, por tanto, de ciencia?
Por ignorar esos niveles en sí mismos, y sólo verificar, a veces atónita, los efectos que de allí promanaron, es que la ciencia tiene que recurrir a ideas como las de que “el vacío hierve de actividad” y ¡¡¡es un medio donde no existen partículas reales pero donde abundan partículas virtuales!!!
Sabemos que se argumentará con la manera como se formó esa noción asociada por la ciencia ortodoxa (¡Y sólo por ella!) al término “vacío”, después de haber llegado (supuestamente) a definir la naturaleza de la luz. Pero cualquier uno de nosotros (incluyendo los científicos y hasta la luz), para desplazarse de un lado para otro, precisa de un medio o soporte (¡qué sea de una frecuencia vibratoria imponderada o no detectada por la ciencia, es otra cosa!) para hecerlo, y precisa de ser real – no apenas virtual – tanto en el punto de llegada como (parece ser necesario subrayarlo) en el punto de origen y en todos los puntos intermedios. Ese desplazamiento no se da por una simple fórmula matemática, por más que se diga que el espacio es (apenas) una sucesión de puntos matemáticos (para la ciencia esotérica, causa la mayor perpeljidad esa despreocupación con la definición ontológica).
Por consiguiente, volvemos a lo mismo: no se puede ignorar el Éter o Hilon [8] o Luz Astral o Koilon o Alkaest o cualquier otro sinónimo, donde están las cosas “virtuales” antes de volverse “reales” (para usar las expresiones de la ciencia oficial) y por donde se desplazan como onda.
Si hoy hablamos en Éter, los técnicos de la ciencia nos miran entre la incredulidad, la estupefacción y la ironía, afirmando contundentemente “pero esa es una hipótesis que la ciencia desenvolvió en el pasado y que ya abandonó por completo”. Pedimos disculpa, pero no es así: la ciencia se apropió del término éter, cuya autoría es mucho más antigua, multimilenar (de sabios griegos de hace más de dos milenios que, a su vez, se inspiraron en el todavía mucho más antiguo concepto de Akasha del esoterimo oriental), lo interpretó mal y restrictivamente – porque hay el Éter Superior, el Akasha, aun así con sus varios niveles, y el Éter Inferior, la llamada “Luz Astral”, pero la ciencia se quedo aun mucho más abajo que éste último, limitándolo hipotéticamente a los estados sólido, líquido o gaseoso; lo adaptó en función de sus necesidades provenientes de sus lagunas de conocimiento y, por fin, cuando ya era irreconocible, lo anuló. Por eso los que se asumen como herederos de esa Sabiduría Antigua –cosa diferente de anticuada – y Universal (y que, por tanto, no están ofuscados por el prejuicio de que el Conocimiento y la Ciencia están restringidos a 3 o 4 siglos de una particular civilización), tienen toda la legitimidad para continuar a hablar del Éter (si quieren evitar el término sánscrito Akasha o el equívoco de “Luz Astral”, que algunos asociarían a cuerpos siderales y otros, quizás, al espiritismo). En justicia ni necesitarían explicar que es diferente de la(s) idea(s) de Éter que la ciencia en tiempos admitió. Dan esa explicación, o intentan incluso encontrar otro término [9] , en un esfuerzo para hacerse entender por los técnicos de la ciencia – gentileza que muchos de estos últimos raramente tendrían, por falta de maleabilidad o por excesivo autocentramiento (a veces, casi autista) en su terminología, en la experimentación de algunos fenómenos particulares y en el juego de especulaciones construídas a partir de algunos aspectos observados.
Por lo demás, sería bueno no ignorar – y muchos ignoran – o no pretenden esconder – y tantos, sea en el área del materialismo, sea en el área de las religiones de estado, sectarias y desvirtuadas (aunque mostrando algunos tímidos indicios de recuperación) pretenden esconderlo – que la ciencia moderna es fundamentalmente hija de las mismas fuerzas que generaron el Renacimiento: el neo-pitagorismo, el platonismo y el neo-platonismo, el hermetismo, la cábala, la alquimia, el rosacrucianismo, la “síncresis” (como erradamente se le llama, por confundir síncresis y síntesis) cristianismo/”paganismo”, el misticismo teosófico… Así, la ciencia moderna heredó, naturalmente, toda una terminología antiquísima, oriunda de perspectivas de conocimiento de las cuales – por haber sido mal comprendidas – se fue apartando progresivamente. Conservó parte de esos términos atribuyéndoles, sin embargo, un significado cada vez más distante del original, lo que no deja de ser una usurpación. El propio uso de la palabra ciencia en el sentido restricto que actualmete se le da, tiene algo de ilegitimidad. Hace siglos y siglos que la palabra existía; el esfuerzo de investigación es muchísimo más antiguo de lo que se quiere hacer pensar; la sabiduría o conocimiento que está en la raíz de “ciencia” no comenzó en el siglo XVI y, en cuanto al objeto, es muchísimo más vasto que aquello que cabe en el ámbito de las ciencias experimentales [10] . Por eso, no hay razón para que nadie se escandalice cuando escribimos “ciencia oficial”, “ciencia ortodoxa”, etc.
La ciencia moderna tiene como paradigma responder al “¿cómo?”. Aunque sólo lo haya hecho limitadamente, estaría todo bien si no pasase el mensaje de que su ámbito es más vasto (y que responde, por ejemplo, a la pregunta “¿qué es?”, si no fulminase otros saberes (¡ciencias!) o si no pretendiese ser la única fuente, el único modo, el único paradigma de conocimiento – más aun, que es el propio conocimiento. Es por eso que nos vemos, en legítima defensa, en la necesidad de escribir este artículo, con afirmaciones que pueden parecer contundentes pero que constituyen una tentativa de llamar la atención para la injustificable arrogancia de algunos (no todos, felizmente) de los trabajadores de una ciencia que, siendo alabable en su esfuerzo, es también limitada y reduccionista.
Gran parte de los tecno-científicos se vuelven así como las personas que, de tanto observar de cerca una pequeña parte de un elefante (o sea, apenas una escasa proporción de los niveles de energía-substancia del Universo), acaban por olvidarse de que existe el elefante, y disfrazan ese desconocimiento fundamental describiendo muchos poros y dando muchos nombres complicados a todas las partículas – “reales” y “virtuales” – de la (solamente) pequeña parte epidérmica analizada. De tanto cerrarse en el pensamiento concreto, gran parte de los científicos están perdidos en un mar de abstracciones, de cosa virtuales. Son una isla de concreto rodeada de vacío y de abstracciones [11] por todos los lados. Desconocen, se recusan a aceptar que el vacío está del lado de aquí, en su subjetividad sierva de un (pseudo)realismo limitado al plano físico; el vacío es, al final, su vacío de conocimiento sobre los niveles más reales, más esenciales del universo.
Todo tiene substancia, no es una irrealidad, un vacío, una nada. Todo, hasta incluso un alma. Ignorando esto, muchos trabajadores de la “ciencia oficial” se cierran a un materialismo puro y duro o crean, en sí mismos y en el mundo, una escisión fatal entre la ciencia y la llamada “fe”, lo que les permite (aunque de manera precaria y con muchas angustias) compensarse afectivamente, dar lugar al consuelo a los gritos desesperados de su naturaleza superior, y creer en más vacíos y en más cosas virtuales – o sea, que no saben lo que es y que juzgan ser desconocidas para todos los otros. Retomando la gran tradición universal de la existencia de (siete) distintos planos de percepción y de existencia que se interpenetran [12] , desde los más sutiles o espirituales hasta los de mayor materialidad – el último de los cuales, el plano físico –, tendremos la vía abierta para dos notables resultados: la ciencia dejará de tener que hablar en vacíos fértiles y en partículas virtuales; la espiritualidad pasará a estar asentada en bases científicas; visto que donde hay substancia, hay leyes y puede (y debe) haber ciencia. Tendremos, entonces, una ciencia espiritualizada, compasiva y éticamente informada; una religiosidad sólida, comprensible y demostrable.
Para que así sea, no obstante, es preciso quitarse las anteojeras de una especialización excesiva, que nos puede tornar individuos técnicamente muy competentes en un campo muy delimitado pero que nos ciega para todas las restantes plataformas de conocimiento – incluyendo nociones históricas, conocimiento de las diversas ciencias experimentales, psicológicas, sociales y humanas, de los grandes pensadores y filósofos, de la ciencia espiritual legada por los Maestros “del saber de todos los tiempos y lugares”, de las diferentes tradiciones religiosas (y no, apenas, de la que prevalezca en nuestro “patio”). ¿Cuántos técnicos de la ciencia experimental saben quiénes fueron y qué dijeron el Buda Gautama (no, no era un señor muy gordo…), Shankârâchâria, Patanjali, Apolonio de Tiana, Ammonio Saccas, Ramânuja? ¿Qué nociones tienen de los sistemas desenvueltos por Kapila, Plotino, Jâmblico, Avicena, Leibniz, Spinoza o Fichte? ¿ya oyeron hablar del advaitismo, del sufismo, de los Upanishads, de los Pûranas, del Evangelio según Tomás, del Pistis Sophia, del Tao Te King, del Corpus Hermeticum?
Veamos, al fin, otro pasaje de “Buscando al Gato de Schrödinger”:
“¿Cómo pueden desaparecer todas esas realidades superpuestas, ninguna menos real que la remanente?La mejor respuesta es la de que ninguna realidad se desvanece, de que el gato de Schrödinger está realmente muerto y vivo al mismo tiempo, pero en dos mundos diferentes. La interpretación de Copenhaga (y todas sus consecuencias prácticas) está completamente contenida en una visión más compleja de la realidad, la interpretación de los mundos múltiples” (pág. 160)
Et voilá, he aquí que se acaba por admitir una “visión más completa de la realidad” (mejor sería decir la visión de una realidad más completa”) y los “mundos múltiples”. Entre tanto, incluso estas concepciones más lúcidas y osadas (pero que, claro, escandalizan a algunos) permanecen confusas e insuficientemente fundadas – y por eso, pueden llegar a ser (provisionalmente) abandonadas, como el Éter, para más tarde reaparecer bajo otro nombre. Por encima de todo, les falta una noción de jerarquía, principio presente en todo el Cosmos, aunque concomitantemente con la unidad de toda la vida – otro antiguo aforismo oculto que la ciencia ortodoxa va palpando progresivamente –, siendo que esos dos principios se enlazan de acuerdo con la siguiente ley: “todos los seres existen en un ser mayor”. Cuando escribimos todos los seres, eso incluye tanto un átomo, como un hombre, como un planeta, como un dios.
De este modo, los planos de ser o mundos de la substancia universal son múltiples pero existen jerárquicamente, distinguiéndose por la mayor o menor frecuencia vibratoria de la respectiva energía; por la mayor o menor elevación y amplitud de consciencia que en ellos es posible vivenciar; por la mayor intimidad (proximidad del centro o raíz causal) o exterioridad. El plano astral (no tiene que ver con astros, sea de la astronomía o de la astrología) es jerárquicamente superior al físico; el mental, es jerárquicamente superior a ambos. Por orden creciente de elevación, sutileza, cristalinidad, tenemos aun los planos intuicional, átmico, monádico, divino [13] . Mientras, como cada uno de estos planos a su vez se subdivide septenariamente, existe una jerarquía en el propio mundo físico. Así, el estado líquido, por su mayor sutileza o menor densidad, está jerárquicamente encima del sólido; en el propio septenario físico, hay estados que la actual ciencia no pondera (y, en cuanto no los pondere, continuará a haber muchos “gatos”, sean procurados o no); hasta los elementos químicos de la tabla periódica tienen una jerarquía.
Pueden los trabajadores de la ciencia inductiva no disponerse al esfuerzo de apertura mental para percibir realmente la hipótesis; pero no creemos que puedan afirmar que es un modelo menos válido que los vigentes, si lo comprendiesen en serio. Y, en la ausencia de tal esfuerzo, que no se juzguen en el derecho de poner rótulos de “anticuado” y “anti-científico” [14] – por no referir otros epítetos mucho peores – a lo que desconocen realmente sea lo que sea, esto es, la sabiduría esotérica; que tampoco extrañen una reacción más fuerte (como ésta) de parte de quien conoce un sistema demasiado extenso, profundo, coherente, universal y fundamentado, en muchos niveles, para aceptar que esa concepción sea tratada con indiferencia o desdén.
Por fin, es importante aclarar: a pesar de sus límites actuales, la ciencia ortodoxa es digna de reconocimiento, por toda la humanidad, en base a las conquistas tecnológicas que prodigó (incluyendo la que permite editar este artículo); a la contribución para desvanecer muchos miedos, supersticiones y creencias; a los innumerables datos experimentales que obtuvo y proporcionó (cosa diferente de la contestación a varios de sus presupuestos o teorías), a haber generalizado (“popularizado”) la noción de rigor científico, de fundamentación, incluso hasta de conocimiento. Nadie de buena fe, y nosotros mucho menos, cuestionamos su lugar en la gran batalla del progreso humano – además, el advenimiento de la ciencia moderna constituye un marco notable en ese camino – o en la gran reunión (o comparticipación) de todos los esfuerzos serios de comprender el Universo y la Vida, con las respectivas leyes.
Por lo demás, el escepticismo materialista de parte de la llamda “comunidad científica” presenta un atenuante significativo: las alternativas más conocidas son las construcciones pueriles de las Iglesias oficiales o los (pseudo)esoterismos desvirtuados e irreflexivos que dan espectáculo (infelizmente por el ridículo) y, no, la profundísima ciencia esotérica. Así, muchos pensarán que no vale la pena investigar otros campos – aunque ese sea un atenuante que se va desvaneciendo en la actual “aldea global” (para la que la tecnología propiciada por la ciencia también contribuye). A decir verdad, el llamado escepticismo puede presentar dos caras – una, positiva, cuando implica sana prudencia; otra, negativa, cuando se funda en la estrechez mental. Que se cultive la primera, que se alerte para la segunda.
No queremos, por tanto, negar la utilidad de la ciencia experimental. No obstante, era necesario decir(le): que recuerde sus límites; que no se coloque en una postura de arrogancia, porque es mucho lo que (todavía) ignora; que no mire despectivamente para perspectivas que, en lo mínimo, tuvieron en cuenta muchos más elementos, edades, culturas y tradiciones; que se interrogue bien sobre si no transmite para la “opinión pública” una noción de infalibilidad, de omnisciencia y de exclusividad del conocimiento, a la que va inherente por regla general (cuando no es explícito) un (pre)juicio materialista – abusivo, por ser solamente una posible interpretación, que está lejos de ser probado que es única o, siquiera la mejor. Es esa supuesta exclusividad y ese unilateralismo que no podiamos dejar de contestar.
Isabel Nunes Governo
Vice-Presidente del Centro Lusitano de Unificación Cultural
José Manuel Anacleto
Presidente del Centro Lusitano de Unificación Cultural
[1] Editorial Presença, Lisboa, 1988 (2ª ed.).
[2] Como Pitágoras, cuyas concepciones heliocéntricas precedieron en más de dos milenios al sistema de Copérnico, que justamente buscó en la tradición pitagórica y platónica su inspiración (aconteciendo lo mismo con Kepler); como Platón, ignorado, incomprendido y completamente desvirtuado por el vulgo (al punto de que llamar platónico sea casi considerado un insulto) pero que, contrariamente a una gran parte de los científicos ortodoxos, no tomaba las sombras proyectadas en la caverna por la realidad.
[3] Los tales que, hace muchos milenios – “ciertamente por casualidad”, como Carl Sagan, preplejo, anotaba… –, databan el(los) universo(s) de muchos y muchos millones de años, aproximándose los datos actuales de la ciencia de las cifras avanzadas por esos vetustos y venerables instructores. Nótese que, en contrapartida, en pleno Siglo XIX, en nuestra civilización moderna, supuestamente esclarecida, cristiana y científica, todavía se admitía que el mundo pudiese tener unos escasos millares de años (cerca de 6 millares, sustentaban muchos teólogos…) Algunos pensarán: “¡Bah… pero quien tiene cálculos rigurosos es la ciencia actual!”. De hecho, la ciencia estima que el Universo tiene entre 10 mil millones y 20 mil millones de años. Tal vez no se repare pero hay un margen de error de 10 mil millones de años… Ni por eso deja de ser notable el camino recorrido por la ciencia, sobre todo, atendiendo a los condicionantes culturales (de las teologías desprovistas de Sabiduría de las iglesias sectarias de Occidente) en medio de los cuales se desenvolvió; pero ¿por qué considerar una simple casualidad (en vez de investigar lo que está por detrás) los números indicados por Grandes Instructores espirituales de hace tantos millares de años? Es como la edad del Hombre de acuerdo con el modelo darwinista (que algunos juzgan, mal, ser la única hipótesis evolucionista, visto que desconocen la antropogénesis esotérica): de vez en cuando, con el simple descubrimiento de unos restos de un cuerpo, ya avanza unos 500.000 años (¡sólo en el espacio de unas 4 décadas, aumentó casi 3 millones de años!)… Mientras, ¿quién se da el trabajo de investigar la evolución en la perspectiva esotérica y sus datas? Sobre el tema del Darwinismo, ver el artículo “Adán o Mono” en los números 4 y 5 de “Biosofía”.
[4] Sobre esta cuestión, ver “Horizontes de Sophia”, en Biosofía nº 2 , nº 3 y “Entre el Cielo y la Tierra” en Biosofía nº 4.
[5] Realismo ingenuo – En términos de teoría de conocimiento, significa la concepción primaria de que el objeto de conocimiento es exactamente lo que es percibido, de que la percepción sólo depende del objeto y no del sujeto o consciencia que con él se relaciona.
[6] Sustrato común a todas las unidades de la vida exteriorizada en este Plano Físico.
[7] Nos vemos obligados a reiterar que el verdadero Esoterismo no tiene nada que ver con creencias institucionalizadas en iglesias o sectas ni con la locura del presunto esoterismo sensacionalista, supersticioso, ignorante y egoísta que se está popularizando en nuestros días. Por ejemplo, y antes que se confunda: el principio fundamental de las vidas sucesivas no nació, ni siquiera presupone una prueba, las pretendidas regresiones de consciencia ahora tan en voga. Es importante prevenir esto para que, al verse la fragilidad de la supuesta prueba, no se caiga en la tentación de poner en causa un principio establecido en fundamentos sólidos. Sobre el Esoterismo, lean, por favor, el Editorial del nº 3 de “Biosofía”.
[8] Cfr. Esta sección en el nº 4 de “Biosofía”.
[9] Al pasar 400 años de la fecha en la que Giordano Bruno fue quemado por la Inquisición, la cultura instalada habló un poco de ese gran hombre. Sin embargo, ¡cuántos absurdos pudieron leerse! Se escribió, por ejemplo, que había sido martirizado por negar la pluralidad de mundos (!!!), cuando fue exactamente al contrario; se cuestionó sobre el conflicto fe/ciencia, como si alguna (supuesta) fe, que no fuese antes creencia y prepotencia, pudiese cometer atrocidades como la que está en causa, y como si la ciencia de Bruno fuese el reduccionismo a que modernamente se convencionó llamar “ciencia”. Giordano Bruno fue un extraordinario filósofo y fue, sí, un notable científico, un gran hombre de la ciencia que atraviesa toda su obra: !la ciencia oculta! Que, al menos ,pasados 4 siglos se respeten sus ideas…
[10] Tanto en el sentido positivo y real, como en el sentido impropio, más vulgarizado, de conocimiento vago o inexistente.
[11] Cfr. “Horizontes de Sophia” en “Biosofía” nº 4.
[12] Para que no extrañe esta afirmación, cabe recordar lo siguiente: cada uno de los 7 planos, a su vez, se subdivide en 7 subplanos o estados. En el caso del plano físico, 3 de esos estados son el sólido, el líquido y el gaseoso. ¿No se interprenetran ellos? Una esponja (sólido) empapada en agua, no está interpenetrada por elementos en estado líquido? Y entre las partículas en estado sólido y líquido ¿no hay, a su vez, partículas en estado gaseoso? ¿y no es posible la comunicación entre, por ejemplo, el estado sólido y el líquido, con una simple operación de calentamiento o enfriamiento? Lo mismo, analógicamente, sucede en lo que respeta a los restantes estados y planos.
[13] Cfr. “Horizontes de Sophia”, en “Biosofía” nº 3 y “Entre el Cielo y la Tierra”, en “Biosofía” nº 4.
[14] Un ejemplo casual en su libro “El Nacimiento del Tiempo”, Ilya Prigogine, alguien con suficientes responsabilidades como para no deber permitirse afirmaciones ligeras, usa esta expresión: “en la teosofía, esto es, en una dimensión anti-científica” (repárese bien: “anti-científica” y no apenas “acientífica”). Pero, ¿qué en ella (teosofía) es anti-científico, qué en ella se puede (experimentalmente) demostrar como falso? ¿Se pretenderá demostrar científicamente que no existen otros planos de substancia más allá del físico?¿Qué no existe la Ley de la Periodicidad o de las Manifestaciones Cíclicas? ¿Qué no existe la Ley de Causa-Efecto (Karma)? ¿Qué es lo Absoluto a crear los mundos y los seres (contrariamente a la concepción teosófica) ?¿Qué no existe el esquema de Rondas y Cadenas (o Anillos) de Globos (etc., etc., etc.)? ¿Debemos asistir mudos a esa afirmaciones venenosas que crean, falsamente, la suposición de que se trata (la Teosofía) de algo que no merece la pena ser estudiado, por ser anti-científico? Y las afirmaciones de H.P.Blavatsky (objeto de burla por dichos “científicos” en la época) que, al final, se anticiparon a las formulaciones, conclusiones y comprobaciones posteriormente obtenidas por la ciencia o (en otros casos) a teorías actualmente consideradas perfectamente naturales –¿continúan a ser anti-científicas? Probablemente Prigogine estaba mal informada y no conoce “La Doctrina Secreta”; pero, si no la conoce (lo que consideramos una pena), debía de abstenerse de macularla
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